Originalmente tenía pensado llamar este posteo «Tiburón y la piba en la zanja» pero por suerte a veces la realidad interviene con cosas más interesantes.
En publicaciones anteriores dejé claro que si bien mi idea original con este blog es analizar las relaciones intergénero en Argentina no tendría ningún problema en desviarme hablando de televisión, cine o política si sientera que tiene que ver y no hay mejor forma de abordar el tema en cuestión.
Y cuando se trata de la cultura de la víctima se me complica bastante no intentar desenredar el tema sin incluir al Estado como parte clave de la misma. Realmente me interesa dejar en claro esto ya que quizá este sea el posteo más largo que escribí y voy a tocar varios temas intentando mantener el hilo conductor.
Se trata de buscar comprender el rol del Estado en su debate constante con las élites sobre qué tipo de víctima es la víctima correcta, quién debe tener miedo y de qué. Ahí vamos.
Leviathán
Hay muchas respuestas a la pregunta ¿para qué existe el Estado? Las respuesta varían desde «para robar impuestos y mantener vagos» a «para recaudar impuestos y hacer rutas y escuelas». La respuesta que más me gusta a mí y la que voy a usar en este caso es la que da Hobbes en su libro Leviathán.
Es un libro bastante aburrido de leer pero por lo que llegué a entender (de los resúmenes que vi en Youtube) su premisa es la siguiente:
El mayor miedo de las personas es a la muerte violenta. Para calmar ese miedo van a matar a quien crean las va a matar a ellas. Vivir así es difícil, todos matándose entre todos. Por lo tanto, todos tienen que ceder su capacidad de matar a un soberano, que va a tener el monopolio de la violencia y va a ser el único que esté habilitado a matar. Pero tiene que matar. Para eso existe. Esa es su función.
Entonces para eso existe el Estado, para matar. Sigamos.
Maten pero no a los míos
Entiendo a la dictadura del ’76 como un pedido de las élites al Estado para que «ponga orden» o mate, dicho de otra manera. Ahora, no me senté a leer los diarios de la época pero por las repercusiones que tuvieron sus acciones, creo que las élites creían que los guerrilleros eran unos monos del conurbano muy lejos de Las Heras y Callao.
La práctica de efectivamente matar/desaparecer gente por parte de las FFAA rápidamente dio cuenta que los guerrilleros en su mayoría eran hijos de la clase alta/mediaalta porteña. Así que a ellos mataron, a los hijos de las mismas personas que habían pedido orden previamente.
A las élites no les gustó mucho esto, cambiaron la narrativa a «los militares están todos locos», pidieron la vuelta de la democracia y el enjuiciamiento de cualquier persona que haya tenido que ver con el intento de «poner orden».
Había un problema sin embargo, el Estado tiene que matar y teniendo en cuenta que la última orden de matar que había recibido el Estado luego se había encontrado con que los responsables fueron presos… bueno, digamos que había que sentarse a charlar un poquito sobre a quién podía morir violentamente o no.
Ahora, estas paritarias de la muerte incluyeron muchas personas, muchas voces y mucho tiempo. No sé cuántas de ellas participaron conscientemente de ese debate, pero sin duda desde la perspectiva puedo decir que lo llevaron a cabo.
La idea era simple: determinar a qué personas podía matar el Estado sin que eso conlleve una rendición de cuentas del Estado todo.
Entonces, ¿quién puede morir violentamente (a manos del Estado o no) en Argentina, sin que las élites lo reclamen? Fácil, hay tres simples requisitos a cumplir.
Joven, negro y pobre
¿Por qué las muertes de Axel Blumberg y Santiago Maldonado provocaron manifestaciones multitudinarias, dominaron los medios de comunicación durante meses y provocaron reacción por parte del Estado cuando las de Luciano Arruga y Rafael Nahuel fueron nombradas al pasar entre el clima y cómo jugó la selección?
¿Por qué la muerte de Ángeles Rawson provocó un movimiento completo y la instauración del concepto de «femicidio» cuando la muerte de Candela Rodríguez llegó a, como máximo, ser confundida con el chabón ese de candela y la moto de Policías en Acción?
Entiendo que las paritarias de la muerte dieron un resultado claro. Las personas que pueden morir violentamente en la Argentina democrática sin que ellos conlleve un reclamo al Estado por parte de las élites deben tener tres características indispensables: ser pobres, negros/as y jóvenes.
Esas personas no son víctimas, son simples estadísticas.
Ahora, ¿qué pasa cuando una persona no cumple con esos requisitos y aún así sufre una muerte violenta? Bueno, fácil, se le brinda el honor más grande que otorgan actualmente las élites y el Estado en Argentina: es, oficialmente, una Víctima.
La buena Víctima
Existe una funcionalidad en la víctima. Su sufrimiento la blinda de cualquier crítica. Esto es útil para la élite y el Estado.
Digamos que tenemos que tomar una decisión desagradable que puede llegar a tener consecuencias negativas para muchas personas. ¿Existe una forma de tomar esa decisión y, a la vez, minimizar las críticas que recibamos por ella?
Sí, que la decisión sea avalada públicamente o, mejor aún, directamente tomada por una víctima.
La utilidad atraviesa a cualquier partido actual en Argentina. No existe fuerza que traccione +15% en elecciones generales que no use discapacitados, hijos de desaparecidos o víctimas de la inseguridad para validar sus decisiones. Generalmente ubican a estar personas en puestos visibles ya que no son valorados por su capacidad intelectual sino por su condición.
Serán funcionarios, diputados, senadores, gobernadores, presidentes o vices.
Por nombrar algunos: Juan Cabandié, Carolina Píparo, Horacio Pietragalla, Gabriela Michetti, Victoria Donda, Jorge Triaca Jr. El caso más reciente es el cambio en la ANSES. Después de la aglomeración de jubilados en plena cuarentena por Coronavirus y echar a Alejandro Vanoli de la dirección de la ANSES se lo reemplazó con Fernanda Raverta. Que por suerte es hija de desaparecidos y mujer, doble víctima, inmejorable.
Todas las mujeres son víctimas, bajo el discurso feminista, del patriarcado.
Tiburón y la piba en la zanja
El pasado 9 de marzo llegó un mail a todas las personas que trabajan en mi empresa: por el día de la mujer, todas las mujeres podían trabajar media jornada. Sin excepción todas se fueron. Incluso las que en los debates del aborto o los piropos o cualquier otra cosa aclamaban a viva voz odiar a las feministas y ser «lo más antifeminista que hay».
Eso es un triunfo total y absoluto en la imposición de una narrativa. El éxito fue tal que no existen fisuras en el mismo y ya forma parte del «sentido común» de la mayoría de las personas. La idea es simple:
Las mujeres fueron (son) víctimas de un sistema patriarcal y por lo tanto deben ser compensadas. Reparadas en cualquier forma disponible. Cupos de género, asistencia social, el derecho a matar a su hijo no nato.
¿Cómo se logró instaurar esta narrativa?, facíl, usando víctimas como punta de lanza. Acá es donde entra el gráfico con respecto a los femicidios y esto es lo que más me interesa del éxito de la narrativa que da a todos los hombres como opresores y al femicida como «hijo sano del patriarcado».
El gráfico muestra que el 94% de los femicidios no son cometidos por hombres extraños a la víctima, sino por personas cercanas a la misma. Sin embargo, la narrativa implica una culpa general y masiva de los hombres en sí mismos por el hecho de haber nacido varón. Es difícil discutir contra «la piba en la zanja» de la que tanto escuché y la que se insiste, puede ser cualquiera.
Las consecuencias se dan, quizá no de la misma manera, pero si con la misma masividad que se dieron para los tiburones después de la película de Spielberg. El cuento es sencillo, un tiburón se come gente que va a nadar. Así que la respuesta es simple, matemos a todos los tiburones antes que nos coman a nosotros y a nuestros hijos.
El miedo no deja lugar a la realidad.
El fascismo como solución
A veces me gusta leer los comentarios en los portales de noticias de internet. Hace poco leí una interacción de la que no me acuerdo palabra por palabra pero básicamente en una nota en la que se anunciaba restriciones a la circulación por la cuarentena relacionada al Coronavirus un comentario era «fascismo» y una respuesta con cientos de likes era «no me importa si es fascismo, comunismo, peronismo o capitalismo yo lo único que quiero es que me cuiden a mí y a mis hijos».
Y eso es, de base, lo que me interesa. Es esencial para el Estado que la mayor cantidad de personas se identifiquen a sí mismas como posibles víctimas o «personas en situación de riesgo». Ya que, en su demencial mayoría, con tal de apaciguar su miedo y ansiedad, estas personas no tienen ningún problema en ceder sus libertades individuales al Estado a cambio de mantener la ilusión de la seguridad.
El sentido común de las sociedad argentina apunta a que el problema no es tanto el peligro o la injusticia en sí mismas, sino que «nadie hace nada». Y ese alguien que no hace nada siempre es el Estado.
Quizá la solución sea uno intentar resolver sus problemas antes que salir llorando protección al Estado. Quizá el Estado sea de quién nos tenemos que proteger.