Hace un par de años se hicieron virales unos audios de whatsapp de un pibe al que le gustaba la joda más que el dulce de leche. El primero arrancaba diciendo «escuchame, fresco» y la gente le empezó a decir «el fresco». Lo nombro porque tiene un audio en particular, en el video que voy a linkear empieza a los 4:50, donde ilustra bastante bien de lo que quiero hablar.
edit 03/01/2019 – borraron el video de youtube y no pude encontrar nuevamente el audio, por suerte acá está transcrita la parte a la que hago referencia
Fui ayer boludo, re lindas minas no sabés. Tipo minas de facultad, ¿entendés? No putas como conocemos nosotros que no conocemos una piba bien. Todas minas bien eran. Ahí tenemos que apuntar boludo y basta de putas, que es lo que más me gusta, pero basta.
Para empezar, esto no es nada nuevo, la idea de distintos estratos de calidad entre lo que entendemos como mujeres sexualmente activas (siempre se habla de chicas o pibas bien y nunca señoras, ya que el señora da a entender en sí mismo que porta ese título) existió siempre. Por lo menos en cuanto a cultura popular refiere lo primero que se me viene la cabeza es el tango «pucherito de gallina» (1951) donde ya se hablaba de un bar donde llegaban «chicas mal de casas bien con esas otras chicas bien de casas mal».
Al escuchar el audio de whatsapp de el fresco o pucherito de gallina se da implícita esta idea que, de alguna manera, el filtro sexual que tiene una mujer marca su nivel de calidad. Tan sutil como una patada en los dientes, el fresco distingue entre pibas bien y putas.
Esto viene siendo diseccionado por el feminismo desde la revolución sexual de los 60, por lo que no considero tenga mucho para aportar en ese aspecto. Lo que sí me interesa profundizar es como esa dinámica sobrevive y es usada para reescribir la realidad en el caso de algunos hombres a los que, por cuestiones prácticas, simplemente me voy a referir como «pagafantas».
La profecía auto cumplida del pagafanta
Antes que nada, la aclaración correspondiente. Uso «pagafanta» como un término abarcativo en el que entra aquel hombre que a la hora de seducir una mujer elige hacerlo desde la demostración de características que apunten a su capacidad como proveedor. Ya sea de una forma explícita (ofrecerse a pagar un trago) como indirecta (hablar de lo importante que es su trabajo).
Yendo directo al ejemplo, hace poco me pasaron una nota de La Nación titulada 20 mujeres y 20 varones responden: ¿Qué se espera de los hombres?. En ella distintas personalidades de la esfera pública (actores, políticos, escritores y sus /as) analizan que expectativas estaban puestas sobre el hombre argentino hoy. La pregunta obvia sería, si los hombres no tienen ningún decir en la reconstrucción del rol de la mujer en la sociedad, por qué la mujer tendría que tenerlo en las expectativas que hay sobre los hombres y lo más seguro es que desarolle esta pregunta en otro posteo.
Yendo al tema de hoy, me interesa esta parte de la respuesta de el escritor Federico Andahazi.
¿Qué se espera hoy de mí como hombre? Depende. A veces confundimos lo que esperan de los hombres las mujeres con lo que esperan los otros hombres. Lo escribí En los amantes bajo el Danubio: «Los hombres suelen atribuir a las mujeres una fascinación por cosas que, en general, les son por completo indiferentes cuando no repudiables. Presuntos atributos de virilidad y poder tales como la fuerza física, la destreza para la pelea o la disposición a humillar a quienes consideran sus rivales no son condiciones que las mujeres inteligentes suelan valorar».
Hay un razonamiento medio rebuscado en lo que dice Andahazi pero voy a hacer mi mejor esfuerzo en desenmarañarlo.
Empieza planteando que algunos atributos que a él le faltan (fuerza física, capacidad para la pelea) no les calienta a las mujeres y son una atribución errada a su deseo de parte de los hombres. De cualquier manera, en seguida aclara que esas son condiciones que las mujeres INTELIGENTES no suelen valorar. Ahí aparece la misma valoración que hace el fresco, pero desde un ángulo distinto. Si el fresco habla de pibas bien vs putas, Andahazi se refiere a algo así como mujeres inteligentes vs, digamos, superficiales.
Es simple: si alguna mujer se siente atraída a Esteban Lamothe o Ryan Gosling es de menor valor, tonta y superficial. Por otro lado, si la mujer en cuestión sabe apreciar la inteligencia y el sentido del humor estaremos en presencia de una mujer digna, buena e inteligente. No hace falta aclarar que cuando alguna mujer “superficial” empiece a buscar hombres del segundo grupo y se sienta atraída a él, la explicación será que “maduró, se encontró a sí misma” o que “es mucho más inteligente de lo que parece” y se verán más que dispuestos a perdonar las indiscreciones de su pasado.
Adoptar esta forma de pensar es muy conveniente para cualquier hombre que busque justificar sus elecciones ya que no requiere que modifique su comportamiento de ninguna manera. Entendemos esto, entonces, como la profecía auto cumplida de los pagafanta.
Me parece entendible encontrar este razonamiento en hombres del estilo de Andahazi, ya que la alternativa (ir al gimnasio, vestirse mejor) sería una traición total a todo lo que ellos pretenden ser. Sin embargo, al no hacer esto se privan a sí mismos de encontrar el error en su planteo.
No importa los libros que haya leído una mujer o los títulos universitarios que tenga colgados en la pared, no existe un reemplazo para la atracción física cruda y visceral. No existe mujer en el mundo que vaya a ver la última película de los Avengers y piense “ay, sí, Thor es alto, rubio, lindo y ¡mirá esos brazos! Lástima que yo fui a la facultad así que me gusta Bruce Banner”.
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